#5 Un Inicio de Año a Contracorriente: Comenzar desde la Aceptación
Un relato sobre el precio de la hiperproductividad, la importancia de la aceptación y un viaje que me sacó del burnout.
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Recuerdo un invierno especialmente duro hace años. Madrid estaba helado en enero, y yo, sin saberlo aún, empezaba a entrar en una espiral de agotamiento que me marcó profundamente. Era el inicio de un año más, estaba lleno de metas, propósitos, expectativas... una exigencia silenciosa e implacable, de ser más, hacer más, lograr más.
Trabajaba en una clínica psiquiátrica que me dio una valiosísima experiencia profesional. Allí conocí la complejidad real de la mente humana: casos clínicos complicados, trastornos graves, situaciones límite; personas enfrentándose crónicamente a lo más profundo de su dolor. Aprendí mucho en aquellos años en la “trinchera” y me siento agradecido.
Ser terapeuta implica lanzarte al agua a rescatar a un náufrago: no puedes evitar que el frío te cale ni que la corriente te empuje. El impacto emocional es inevitable y necesario para conectar con quien tienes delante; sin embargo, si no te cuidas, esas mismas aguas acaban invadiendo tu interior.
Tenía la agenda a tope. Muchos días llegaba a las diez de la mañana y no salía hasta pasadas las nueve de la noche. No es que tuviera sesiones sin descanso, pero incluso en los ratos "libres" estaba trabajando: revisaba casos, leía, estudiaba, planificaba. Paralelamente, estaba cursando una especialización y mantenía una formación continua. En lo personal, trataba de sostener una situación relacional que, aunque me costaba admitir, se había convertido en un desgaste más que un sostén.
A pesar de todo, sentía que no estaba avanzando lo suficiente, cumpliendo mis objetivos. No podía quedarme atrás. ¿Cuánto de esa carrera constante era por mí, o por cumplir con una idea de profesional de éxito que me había impuesto sin siquiera cuestionarla? Si no eres productivo, sino “triunfas”, sientes que fallas. Y así, ignoré las señales que mi cuerpo y mi mente intentaban darme.
La hiperproductividad es la nueva religión, el dogma del poscapitalismo contemporáneo. Vivimos en la sociedad del cansancio, donde el valor personal se mide por cuánto hacemos, logramos y acumulamos, atrapados en la trampa de la auto-optimización sin fin…
El premio: satisfacer el hambre de validación y reconocimiento. El mundo se desvive por escalar en la jerarquía del prestigio, por exhibir logros profesionales y cumplir con objetivos normativos. La culpa irrumpe por no cumplir con esos ideales de éxito, persiguiéndonos incluso en los momentos de pausa. Como si no hacer nada fuera un acto abyecto; el “pecado” moderno.
Nos exigimos cada vez más, sacrificamos nuestra energía y humanidad a cambio de un sentimiento de validación que nunca se satisface. El coste de no poner límites es la alienación y poner en riesgo la salud física y mental.
El primer síntoma fue una fatiga que no se iba aunque durmiera. El cuerpo hablaba lo que la mente no escuchaba: se sumaban dolores musculares, molestias en el pecho... había días que llegaba a casa y me iba directo a la cama. Empecé a tener dificultades de concentración. Leer sobre psicología, algo que siempre me había apasionado, se volvió una tarea fastidiosa. La desconexión con quienes me rodeaban, incluidos mis seres queridos, era cada vez más evidente.
El punto de quiebre llegó una mañana en la que simplemente no pude levantarme de la cama. Mi cuerpo, inmensamente pesado como una lápida, con una opresión en el pecho me hacía sentir que algo iba realmente mal; mi mente, parecía negarse a responder. La niebla mental que me envolvía era distinta al cansancio habitual, así que, preocupado, decidí acudir al médico. ¿Sería algún problema metabólico, u hormonal? ¿Necesitaba vitaminas? Mientras me hacían análisis y escuchaba preguntas sobre mi rutina, entendí lo que llevaba meses ignorando. No estaba enfermo, estaba en burnout.
Había llegado a mi límite.
Las resoluciones de año nuevo suelen estar cargadas de exigencias: “Perder peso”, “lograr tal cosa”, “ser mejor en esto”. Pero, ¿cuánto de ese impulso proviene de la aceptación y cuánto del rechazo? La transformación comienza mirando de frente lo que somos, con nuestras necesidades y dolores.
Esa experiencia me enseñó que cualquier cambio duradero no puede partir del rechazo. No se trata de luchar contra lo que somos o de imponernos un ritmo que no podemos sostener. Vivimos en una sociedad que glorifica el “hacer” por encima del “ser”. Pero esa lógica nos destruye, porque nos impide aceptarnos con nuestras limitaciones, y nos ciega nuestras fortalezas.
Si pudiera volver a aquel inicio de año, me diría: antes de ponerte metas, antes de dejar que tu juez interno te empuje a un perfeccionismo agotador, escucha lo que tu cuerpo y tu mente te dicen. Acepta tu estado, recuerda que no eres perfecto ni tienes por qué serlo. Lo que nace del rechazo solo conduce al desgaste. La aceptación te da raíces para crecer, pero a tu propio ritmo, a tu modo, en tu propio tiempo.
Aquel fue el punto de inflexión en el que cambié mi camino. Mirándolo ahora, sé que ese caos fue necesario. Reduje las horas en la clínica y prioricé mi autonomía en el despacho privado. Comencé a construir conscientemente una red de apoyo con otros colegas de profesión. Di prioridad a mi salud física y mental, a tomarme las cosas con más calma. Poco después, me permití parar y me regalé unas vacaciones donde recorrí Indonesia, desde Lombok hasta Timor. Fue una experiencia que me llenó de energía y me devolvió la conexión conmigo mismo.
A veces, los aprendizajes que más necesitamos nos golpean sin aviso para fortalecernos.
"En el corazón de cada invierno hay una primavera palpitante, y detrás de cada noche, un amanecer sonriente." – Kahlil Gibran.
No vengo a dictarte cómo organizarte ni cómo alcanzar tus metas. Más bien, quisiera evitar que te paralices en un mar de listas y exigencias para remediar una supuesta insuficiencia. El perfeccionismo sin tregua acaba aplastando la acción y tu autoestima.
Si deseas cambiar algo, no necesitas que empiece un nuevo año. Por supuesto, no basta con querer, ni “manifestar”: hará falta implicación, estructura y perseverancia. Pero en este comienzo de año, te invito a preguntarte: ¿qué necesitas aceptar en tu vida para construir desde ahí? Quizás descubras que no hacen falta más propósitos, sino escucharte con un poco más de aceptación, paciencia y aprecio.
Estas son mis “Notas personales”, una sección dentro de Dinámica Mente donde cada mes, me aparto de los tecnicismos y la ciencia para escribir de manera más personal y cercana. Aquí, comparto mis pensamientos con un toque más humano, celebrando el placer por escribir, un espacio para que el diálogo sea más cercano entre nosotros.
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Gracias por caminar conmigo en este espacio de aprendizaje compartido.
Hasta pronto, un cálido saludo,
Me ha encantado esta nota personal, cómo se nota que cuando alguien ha vivido un momento tan intenso, saber explicar perféctamente lo que uno siente y hacerle ver a los demás el tormento por el que están pasando.
Me quedo con la pregunta de ¿qué necesitas aceptar en tu vida para construir desde ahí? como nueva forma de encontrar el camino para seguir creciendo.
Gracias