"No quería engañarlo, pero lo hice"
A veces el deseo prohibido y lo inconsciente, encuentran una grieta en la razón.
Después de analizar los sistemas motivacionales y la sexualidad en las dos últimas ediciones, hoy narro un caso real para profundizar en la mente de alguien cuyo deseo lo llevó más allá del límite de lo permitido, de lo correcto.
Para proteger la identidad y privacidad de la persona, se han modificado algunos detalles sin alterar el trasfondo. Este caso se presenta con fines educativos y reflexivos, respetando siempre la confidencialidad.
⏳ Tiempo de lectura: 11’ min.
No siempre queremos lo que deseamos, y no siempre anhelamos lo que realmente necesitamos.
Valeria no recordaba un momento exacto en el que decidió ser infiel. No fue un salto al vacío, sino una serie de pasos casi imperceptibles que cruzaron una línea que parecía inquebrantable.
Todo empezó en la oficina. La anticipación alegre cada vez que él se acercaba y hacía bromas. La búsqueda inconsciente de su mirada al levantar la cabeza del ordenador. Mensajes de whatsapp respondidos al instante. El pulso acelerado cuando estaba cerca.
Había risas que duraban segundos de más, y conversaciones que llevaban la promesa de algo más que confianza. Un juego silencioso en el que ninguno dijo nada inapropiado, pero que ambos sentían.
Con su pareja no tenía nada de eso. No había esa chispa. Había seguridad y estabilidad, eso sí; pero no vértigo.
Y entonces, llegó el evento de la empresa.
Música, alcohol y euforia colectiva. Una burbuja social que suspende el mundo cotidiano de la formalidad y la rutina. El sonido del Dj pinchando, la iluminación tenue, los cosquilleos en la tripa con cada trago… un comentario atrevido al oído mientras la mano rozaba su espalda.
Valeria sintió la adrenalina atravesando su cuerpo cuando él la tomó de la muñeca y la guió hacia fuera. Una voz le decía que estaba cruzando una línea, pero no hizo nada por detenerse.
Se hizo tarde, sacó el móvil y escribió un mensaje rápido:
"Se alargó el evento, me quedo en casa de Laura, hablamos mañana 😘"
Pero no fue a casa de Laura.
A la mañana siguiente, la culpa cayó sobre ella como el peso de una roca de granito en su estómago. La boca seca, el cuerpo frío. El pecho apretado, como si una mano invisible la estrujara desde dentro. Sentía que le costaba respirar, que el aire era denso.
No se reconocía.
Cerró los ojos y vió la imagen de su chico, dormido en la cama, ajeno a todo. Su lealtad hacia él seguía intacta en su interior, pero le había traicionado. Arrepentida llorando, se abrazó el abdomen con los brazos. Quería desaparecer.
Siguió con su rutina sin que nadie notara nada, pero por dentro algo se había roto.
Valeria siempre había sido una persona centrada. Responsable, meticulosa, analítica, se sentía cómoda en el orden y el autocontrol. Desde pequeña, sacaba buenas notas sin que nadie se lo exigiera, y en la facultad, era conocida por sus resúmenes perfectos. Era una mujer muy valorada por ser tan eficiente y metódica.
No dejaba espacio para improvisar ni actuar sin pensar. La culpa no solo venía de la traición, tenía un desajuste interno con la imagen de sí misma, que no encajaba con la persona que creía ser.
Esa misma semana, me escribió para empezar terapia.
Llevaba días prácticamente sin comer y noches sin dormir.
La culpa y el arrepentimiento la corroían como un ácido. Cada pensamiento la arrastraba en bucle al mismo lugar, una y otra vez, una condena sin juez ni absolución.
Al comienzo, hablaba de su pareja como si fuera perfecto. Juan era atento, estable, un buen compañero de vida, nunca le dió motivos para dudar ni la hizo sentir insegura.
—¿Por qué lo hice?… No podía entender cómo había traicionado algo que valoraba tanto.
A medida que avanzamos, fue apareciendo otra realidad. No había discusiones, ni crisis evidentes, pero la dinámica entre ellos se habían vuelto rutinaria, sin expresión de cariño ni demasiado contacto. Parecían más bien dos amigos íntimos.
Sin justificarla ni juzgarla, planteé que la infidelidad tal vez podría ser un síntoma de algo más, un signo de algo interno sin resolver y la manifestación de que entre ellos no iba bien.
Para entender aquella noche, tuvimos que ir más atrás y revisar su historia relacional.
Desde niña, Valeria creció sintiendo que debía esforzarse para ser vista, que el amor era algo que había que ganarse.
Recordaba a su padre como alguien que “no estaba”. Un hombre trabajador e íntegro, pero en casa, agotado después de largas jornadas, se recluía en sí mismo, con la mirada perdida en sus libros o la televisión. No había gritos, ni frialdad, solo una presencia silente.
Era como un amor silencioso, que nunca terminaba de sentirse del todo. Intentaba llamar la atención de su padre con dibujos, con buenas notas, pero su mirada cansada pocas veces se desviaba hacia ella con la ternura y atención que deseaba.
Su madre en cambio, sí estaba, pero con ella todo eran exigencias y reproches. Llenaba los silencios que su padre dejaba. Valeria creció sintiendo que el vínculo real era entre ellos; ella quedaba fuera, intentando encontrar su lugar.
En la adolescencia se recuerda con muchas inseguridades, hasta que su cuerpo cambió. Los chicos comenzaron a prestarle atención, y por primera vez sintió el interés en las miradas.
Su primer novio, era el chico más guapo del instituto. No podía creer que él la eligiera. Pero solo lo hacía a medias: se veían después de clase y le pedía que guardara el secreto. No le importó. Ser elegida en la sombra era mejor que no ser elegida en absoluto.
Pero al finalizar el instituto, él simplemente desapareció. Como su siguiente experiencia, distinto hombre pero misma historia: pasión, deseo y luego… el dolor del abandono.
Cuando conoció a Juan, todo fue distinto. Con él, no había juegos ni incertidumbre. Él era un hombre serio y mesurado. Tenía con él una estabilidad sólida que anhelaba, para construir un proyecto familiar.
Con los años, se convirtió en una calma predecible, una presencia segura pero vacía de deseo. Él la quería, pero sin urgencia, sin ese calor y afecto que la hiciera sentirse viva.
Y en el trabajo, volvió a sentirlo. Risas, miradas sostenidas, la chispa de saberse deseada otra vez. Otros ojos rebosando interés por ella, que deseaban conquistarla. Más que el hombre en sí, eso fue lo que la arrastró a cruzar la línea.
Si no los leíste, no te pierdas los dos artículos sobre psicología dinámica del deseo y la sexualidad ⬇️
En terapia: el conflicto psicodinámico más allá de la infidelidad
La infidelidad de Valeria, no fue un acto hedonista impulsivo ni premeditado. Surgió de un conflicto interno, moldeado por las huellas de sus experiencias. Te comparto los ejes sobre los que trabajamos:
🔹Después de lo ocurrido, su necesidad de control y cumplimiento convirtió su mente en un tribunal implacable, su juez interno —o superyo—se volvió extremadamente castigador y la culpa la devoraba en bucle.
Cuando llegó a terapia, no buscaba comprensión, quería expiar su culpa, pagar el precio, castigarse lo suficiente como para sentirse en paz. La infidelidad era como una prueba irrefutable de que había fallado, de que algo en ella estaba roto.
El autocastigo culposo no repara nada, solo refuerza el sufrimiento sin revelar su origen. Sin embargo, la culpa inconscientemente cumplía una función importante: a través de su dolor, intentaba reafirmarse como alguien con valores y moral. Si sufría lo suficiente, podría expiar y demostrar(se) que no era una ramera frívola y desleal.
Lo primero fue detener esa espiral de autodestrucción para que pudiera mirar su historia sin miedo.
🔹 Exploramos la culpa, no para acallarla, sino para escucharla. No era el enemigo a combatir, pero si la señal de un conflicto que debía comprenderse.
🔹 Contener la culpa permitió analizar su relación, sin idealizaciones ni la nostalgia de lo que había sido. Un vínculo estable, sin expresión de afecto ni intimidad, que le hacía sentirse vacía. Sin justificar ni excusar lo ocurrido, este proceso lo que sí le permitió fue comprender.
Hablamos de su deseo y necesidades afectivas, de cómo estaban ligadas a las experiencias en su biografía.
🔹 Desde niña, aprendió que el amor no era estable ni asegurado, había que ganárselo. Sus necesidades de apego e inseguridad encontraron una vía de resolución a través de la sexualidad en la adolescencia. Apego y sexo se codificaron en sus esquemas internos como algo ligado.
🔹 Íntimamente relacionado con el apego, existía una necesidad de validación narcisista, pero no grandiosa, sino afectiva. La necesidad de sentirse deseada, de ver en la mirada del Otro la confirmación de que era digna de ser amada y valorada, y que tenía poder sobre el deseo en un hombre.
Solo después de trabajar estas líneas, pudo empezar a centrarse en su relación: si debía compartir o mantener silencio, cómo reconstruirla, y cómo posicionarse dentro de ella teniendo en cuenta las necesidades de ambos.
Reflexión final
Hay quienes engañan sin culpa. Perfiles narcisistas, psicopáticos, egocéntricos que buscan el placer y acumulan cuerpos sin mirar atrás.
Pero hay otros que nunca pensaron cruzar esa línea. Personas que valoran su relación, creen en la lealtad y, aun así, terminan atrapadas en un error que no saben explicar.
La infidelidad siempre deja cicatrices. En quien la sufre, porque despierta miedos profundos: el abandono, la insuficiencia, la sensación de que el otro nunca fue quien parecía ser, el sentimiento de que la confianza se rompe para siempre. En quien la comete, porque el peso psicológico de la culpa y las consecuencias puede ser insoportable. No todas las parejas lo superan, ni todas deberían intentarlo.
Desde mi perspectiva, ningún caso es comparable, y no considero que toda infidelidad sea necesariamente imperdonable o el final. De hecho, puede ser la oportunidad de avanzar a un nivel mucho más profundo y maduro en la relación. A veces, es la única forma en que una relación disfuncional se sacude y se enfrenta a lo que no quiso ver.
En la mayoría de los casos que he trabajado, fue un síntoma relacional, la manifestación de algo que llevaba tiempo fallando entre los dos —falta de afecto, de deseo, de reconocimiento, de conexión íntima real...—, resultado de un conflicto psicológico no resuelto, de necesidades desatendidas. Psicológicamente, entender la infidelidad implica sumergirse en el análisis del puzzle.
Para Valeria, no fue un punto final, sino un punto de inflexión. La terapia le permitió comprender sus puntos ciegos y, con ello, integrar el quiebre que la obligó a mirar lo que fallaba entre ellos, para finalmente decidir apostar por reconstruir su relación con Juan.
Un abrazo,
Hugo
PD:📩 Pregunta controvertida
¿Crees que se puede reparar una relación después de la infidelidad?
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Muy bueno, me gustó mucho la historia y el formato de este email.
¿Para cuando la novela? Que esta descripción emocional de los personajes engancha mucho